Circo Máximo de Roma
Los circos romanos constituían las instalaciones lúdicas más importantes de las ciudades romanas, además de los teatros y anfiteatros. Se trataba de un recinto alargado en el que se celebraban los juegos públicos, consistentes en carreras de carros y diferentes espectáculos.
Actualmente apenas quedan restos de lo que fue el Circo Máximo, tan sólo se puede observar la enorme explanada que conserva la forma que tuvo en su día el recinto, lo cual suele provocar decepción en los turistas que lo visitan tratando de encontrar al menos las ruinas del recinto.
El Circo Máximo de Roma (Circo Massimo), situado entre los montes Aventino y Palatino, era un recinto alargado con espacio para 300.000 espectadores. La pista de arena, con unas dimensiones de 600 metros de longitud y 225 metros de anchura, hacía del Circo Máximo el mayor de Roma, por delante del Circo Flaminio y el Circo de Majencio.
Al estar ubicado en un valle natural entre las colinas del Palatino y el Aventino, era el espacio perfecto para carreras y en su día estaba rodeado de multitud de edificios y gradas para los espectadores en sus laderas naturales.
Destinado a las carreras de carros, el Circo Máximo tenía una extensión de más de 600 metros, por unos 130 metros de ancho. Originalmente se situaban los espectadores en las laderas de dichas colinas. Fue una colosal construcción que pudo albergar más de 250.000 personas. Todo era impresionante en torno a él, y tenia una forma ovalada con una división en tres plantas, con pasillos para comunicar éstas, además de contar con multitud de entradas y escaleras para su mejor acceso. En todos los pisos había butacas, primero fueron de madera y posteriormente de albañilería. Recibió continuas ampliaciones, que a su vez le concedieron mayor monumentalidad y relevancia. Se colocaron varios grandes obeliscos, como el de Ramsés II o el de Tutmosis III, un gran arco, un palco de autoridades, y una parte central llamada Spina donde se colocaban estatuas de Dioses, y alrededor de la misma giraban los carros. Las carreras de carros, consistían en carrozas que tiraban dos o cuatro caballos y sobre las cuales debían guardar el equilibrio sus jinetes. Los ganadores de las mismas, recibían como premio simbólico una rama de palmera y una corona de laureles, además de una considerable fortuna y fama, y así algunos esclavos lograban comprar su libertad. También se llevaron a cabo ceremonias imperiales, y otras distracciones para el pueblo con combates de gladiadores, animales, etc.
Los graderíos estaban separados de la pista por un foso artificial para evitar que los animales pudieran saltar a las gradas asustados por los gritos del público que jaleaba a los participantes
Tras muchas ampliaciones, las gradas terminaron por derrumbarse por su enorme peso en el siglo III, lo que hizo que miles de espectadores murieran.
A pesar de eso se reformó y continuó usándose durante varios años incluso una vez caído el Imperio Romano.
El Circo Máximo tuvo varios obeliscos egipcios en su interior, los cuales con posterioridad se fueron repartiendo por la ciudad, como es el caso del que se encuentra en el centro de la plaza del Pueblo (piazza di Popolo)
En la Edad Media quedó abandonado, y de hecho se sabe que está enterrado a varios metros de profundidad ya que los obeliscos se encontraron a 7 metros bajo tierra.
Celebraciones en el Circo Máximo
En el Circo Máximo se realizaban diferentes competiciones, entre las que destacaban las carreras de carros, en las que los participantes trataban de dar siete vueltas al Circo Máximo. Los corredores, montados en pequeños carros tirados por caballos, se jugaban mucho más que su prestigio o grandes premios en las carreras, ya que muchos de ellos eran esclavos luchando por su libertad.
Durante los juegos públicos también se llevaban a cabo exhibiciones ecuestres, el conocido como "Ludus Troianus", un simulacro de batallas llevado a cabo por los jóvenes aristócratas romanos, o bien las carreras pedestres, que duraban varias horas y se realizaban a pie. Todas las competiciones tenían el aliciente de las importantes apuestas que se llevaban a cabo.
Ojo de la cerradura
Se encuentra en la Plaza de los Caballeros de Malta en la embajada del Priorato de Malta. Y desde su pequeña cerradura del Palacio Aventino podemos disfrutar de una de las vistas mas increíbles de la ciudad, la cúpula de la Basílica de San Pedro.
Basílica de los Santos Bonifacio y Alessio
La construcción de la Basílica de los Santos Bonifacio y Alessio fue inicialmente dedicada a san Bonifacio, un mártir cristiano, que llegó a la conversión después de una vida de comodidad y disolución. En 986, esta iglesia también fue dedicada a san Alessio, quien, según una leyenda del siglo V, era un joven patricio romano que huyó a Oriente porque le habían impuesto un matrimonio forzado. Al regresar a Roma, mucho tiempo más tarde, nadie lo reconoció y se vio obligado a vivir como mendigo en el sótano de su palacio por el resto de sus días. También en 1217, la iglesia fue reconstruida y las reliquias de los dos santos fueron colocadas bajo el altar mayor.
El aspecto actual de la basílica se debe a las principales obras iniciadas antes del año jubilar de 1750, según un proyecto de Giovanni Battista Nolli (1707-1756), y luego reformado por Tommaso de Marchis (1693-1759). los Padres Somaschi (de Somasco), que recibieron la basílica de Pio IX, realizaron ulteriores reformas entre 1852 y 1860.
La fachada de principios del siglo XVI, es obra de De Marchis. A la derecha se encuentra el campanario del siglo XIII de cinco órdenes con ventanas de doble parteluz. El hermoso claustro, que ofrece una extraordinaria vista de la Basílica de san Pedro en el Vaticano, está decorado con columnas de granito de edificios antiguos.
Se accede a la basílica a través de un pórtico medieval de cuatro lados. El interior tiene tres naves divididas por pilares, decoradas con pilastras estriadas y capiteles corintios. En la fachada interior se apoya la escalera de madera bajo la cual habría vivido San Alessio, ahora conservada en una gran vitrina sostenida por unos ángeles y querubines. La decoración de la bóveda de la nave central es obra de Michele Ottaviani, mientras que los adornos del ábside y las pechinas de la cruz son de Carlo Gavardini.
Desde el presbiterio se accede a la cripta románica que alberga las reliquias de santo Tomás Becket, arzobispo de Canterbury y gran amigo del rey Enrique II de Inglaterra. En 1162, su amistad con el poderoso soberano le valió el nombramiento de arzobispo de Canterbury y primado de Inglaterra, pero eso no dejó de causarle unos cuantos problemas. Hombre incorruptible y protector de la iglesia, se negó a someterse a la voluntad del rey que se convirtió en su peor enemigo. Tomás, para salvarse, tuvo que refugiarse primero en Francia y luego en Roma.
En la cripta también se conserva una columna que sería la que estaba unida a San Sebastiano en el momento del martirio.
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