PLAZA SANTA MARIA SOPRA MINERVA
OBELISCO
En el centro de la Plaza de la Minerva, se alza un monumento con un elefante, que sostiene un diminuto obelisco de la XXVI dinastía faraónica; el conjunto es obra de Ferretta, según dibujo de Bernini (1667).
Es un hermoso obelisco egipcio del siglo VI a.C., realizado en granito rojo y de unos 5,5 metros de altura, colocado en un principio en las inmediaciones del Iseo Campense, se erige en el medio de la plaza. Permaneció en el suelo hasta 1665, por una caída, y fue descubierto por casualidad en el jardín de su iglesia por un grupo de frailes Dominicos. Por mandato del Papa Alejandro VII, Gian Lorenzo Bernini proyectó la base original con el elefante, obra de Ercole Ferrata (1667).
Los Dominicos quisieron introducir un cubo de piedra para sostener el vientre del animal, lo que dio a la escultura el apodo de "Porcino della Minerva", o sea, cerdo pequeño, nombre que se convirtió en el dialecto "purcino" y luego en "Pulcino della Minerva".
BASÍLICA DE SANTA MARIA SOPRA MINERVA
Tras el obelisco se halla la iglesia de Santa María sopra Minerva, iglesia mayor de los Dominicos, construida sobre las ruinas de un antiguo templo de Minerva, cerca del Iseo Campense, y enteramente reconstruida en 1280. La sencilla fachada actual fue añadida en 1453. A la derecha de la fachada, unas lápidas recuerdan el nivel a que llegaron las crecidas del Tiber entre 1598 y 1870. El interior consta de tres naves, divididas por pilastras cruciformes, con bóveda ojival; las decoraciones de las bóvedas, el revestimiento de mármol de las pilastras y las ventanas en forma de rosetones, provienen de las restauraciones de menor calidad ejecutadas en 1854-55. Estamos ante el único ejemplo de arquitectura gótica en Roma. La tercera Capilla de la derecha está dedicada a Santa Rosa de Lima, santa peruana de la orden dominicana nacida en el año 1586 y fallecida a los 31 años con una gran fama de santidad en toda Hispanoamérica. La quinta Capilla, dedicada a la Anunciación, contiene un retrato del Cardenal Torquemada, que fue titular de esta iglesia.
En la pared del fondo del brazo derecho del crucero, a la derecha, la Capilla Caraffa, con una fina balaustrada renacentista y frescos de Filippo Lippi, pintados en 1489: Anunciación, Asunción, Triunfo de Santo Tomás de Aquino sobre los herejes, y algunos pasajes de la vida del Doctor Angélico, como se le llamó en la Iglesia ya desde el s.XIII por la innovación que supusieron sus escritos sobre los ángeles. Todos los Papas han recordado en numerosas ocasiones la importancia de los escritos de Santo Tomás para el desarrollo teológico y filosófico de la doctrina, sobre todo en lo referente a la argumentación racional de las verdades de fe. Debajo del altar mayor se encuentran algunas reliquias de Santa Catalina de Siena, dominica nacida en el año 1347 ilustre por sus esfuerzos en conseguir la paz civil y por su ardiente amor a la Iglesia y al Romano Pontífice en momentos muy duros para la Iglesia: fue ella quien convenció al Papa de que abandonara la sede de Avignon para volver a Roma; falleció en 1380, a los 37 años de edad. A la izquierda de las gradas del altar, se encuentra la célebre estatua de Cristo con la Cruz, de Miguel Angel y discípulos (1521). En el ábside, detrás del altar, tumbas de Clemente VII y León X, diseñadas por Bandinelli.
ÁREA ARQUEOLÓGICA ESTADIO DE DOMICIANO
Se encuentra a unos 4,50 metros debajo del nivel de la calle, es una de las estructuras más impresionantes y ricas de historia de la Roma antigua: el Estadio de Domiciano.
Construido para celebrar el Certamen Capitolino Iovi allí disputado en honor de Júpiter Óptimo Máximo e instituido a imitación de los Juegos Olímpicos, el Estadio de Domiciano fue inaugurado en el año 86 d.C. y es el primer y único ejemplo de estadio de mampostería.
Las competiciones que tenían lugar en su interior, durante las cuales se solía distribuir prebendas y regalos a los pobres, estaban dedicadas a las pruebas de atletismo e incluían también desafíos musicales y de poesía, que se celebraban en el Odeón específicamente construido cerca del Estadio.
El emperador mismo que, para la ocasión, vestía una toga purpúrea y llevaba una corona dorada con la efigie de Júpiter, Juno y Minerva, presidía los juegos.
Domiciano quería sensibilizar e implicar a los romanos a practicar más el atletismo, deporte por excelencia, y los deportes no violentos a la manera griega. Estos juegos, tan apreciados por Domiciano, sin embargo, no les gustaban a los ciudadanos, los cuales los consideraban poco viriles.
El programa de las competiciones incluía carrera, lucha, pugilismo, pancracio (lucha en la que todo se admitía excepto morder y rasguñar) y pentatlón; este último constaba, precisamente, de cinco pruebas: el lanzamiento de disco y de jabalina, el salto de longitud, la carrera del estadio, la lucha. Por supuesto, el pueblo romano prefería el pugilismo y el pancracio, o sea las disciplinas más violentas y brutales.
Los atletas, generalmente profesionales de nacionalidad griega o oriental, participaban no solo por el dinero sino también por los grandes honores que recibían. Sin embargo, las competiciones estaban abiertas también a los ciudadanos que, en caso de victoria, podían alcanzar altos rangos sociales. A diferencia de los gladiadores y venatores, cuya condición social era de bajo nivel, la condición social de los atletas del certamen de Domiciano los podía llevar a recibir la ciudadanía romana, privilegios fiscales o la exención del servicio militar.
El Estadio de Domiciano era un edificio de forma rectangular muy alargada con un extremo en forma de hemiciclo y el otro recto y un poco oblicuo; medía 275 metros de largo y 106 de ancho y podía contener unos 30.000 espectadores (el Coliseo 50/60.000). Fue construido en ladrillo revestido de estuco con molduras y coloreado, mientras que la fachada y los pilares interiores del deambulatorio fueran realizados en travertino.
BASÍLICA DE SANT’EUSTACHIO
La Basílica surge sobre las ruinas de las Termas de Nerón y, según algunos documentos de los siglos X y XI, es llamada “en Platana”, por causa de un árbol de plátano plantado en el jardín de la casa del mártir Eustaquio. Aquí, en el lugar donde el santo sufrió el martirio, se dice que el emperador Constantino erigió un oratorio. Con el tiempo, el edificio sufrió importantes transformaciones. En 1195-1196, fue completamente reconstruido y ampliado, con la adición del campanario románico.
Entre los siglos XVII y XVIII, debido a las inundaciones del Tíber y a la excesiva humedad, las estructuras medievales fueron demolidas, a excepción del campanario que aún es visible hoy en día, y la basílica fue reconstruida en la definitiva forma del siglo XVIII. A la cabeza de ciervo con la cruz entre los cuernos que domina la fachada, se refiere una leyenda medieval: se narra que Placido, comandante del ejército romano, se convirtió cambiando su nombre por Eustachio después de que un ciervo, que llevaba una cruz con la imagen de Cristo entre los cuernos, le apareció durante una partida de caza cerca de Tívoli.
El interior de la basílica, obra de Cesare Corvara y Antonio Canevari, consta de una sola nave y tiene tres capillas por lado, decoradas con pinturas del siglo XVIII. En la contrafachada, destacan la vidriera que representa la Magdalena penitente, realizada en la última década del siglo XIX por Gabriel y Louis Gesta de Tolosa, y el majestuoso órgano del siglo XVIII. El altar mayor, rico en mármoles policromados y bronces, es obra de Nicola Salvi (1739) y está coronado por un baldaquino realizado por Ferdinando Fuga. El lienzo del altar es obra de Francisco Ferdinandi y representa el martirio del santo, mientras que la mesa, sobre una urna de pórfido rojo, contiene sus reliquias.