El castillo de Alarcón forma parte del conjunto de fortificaciones establecidas en torno a la villa conquense de Alarcón (Castilla-La Mancha, España). Esta plaza fuerte consta de un recinto amurallado que alberga el núcleo de población y el castillo propiamente dicho, y de cinco torres exteriores aisladas y estratégicamente dispuestas.
Fue
declarado Bien de Interés Cultural en 1992.
Historia
Hay vestigios de la
presencia de asentamientos íberos y romanos, aunque su nombre actual procede de
tiempos de la dominación árabe.
En el año 780 se
refugió en Alarcón, fingiéndose ciego, Muhamed el Feheri,
“el ciego”, hijo de Yusuf, hijo del depuesto reyezuelo de Toledo. También prestó
asilo a Abderramán, y escondite de Omar Ibn Hafsun, azote de los emires cordobeses.
De
origen árabe, dependió inicialmente la fortaleza del emirato de Córdoba. Tras
la descomposición del califato cordobés y la formación de los reinos taifas, se
subordinó al de Toledo. Durante su permanencia en poder de los musulmanes
sirvió de bastión defensivo en sus pugnas internas. En 1184, Fernán Martínez de
Ceballos, capitán de las tropas de Alfonso VIII, asedió la fortaleza durante
nueve meses y la ganó finalmente para su rey el día de san Andrés. Se vio
recompensado con el privilegio de tomar el nombre de la villa por apellido,
cosa que hizo, pasando a llamarse Martínez de Alarcón y dando con ello origen a
este nuevo linaje.
A
partir de entonces, el castillo de Alarcón mereció la atención de los
sucesivos reyes de Castilla que lo engrandecieron y reforzaron, a la par que le
dotaron de un fuero propio (1186) y le otorgaron el señorío de amplios
territorios circundantes. Todo ello fue puesto en manos de la Orden Militar de
Santiago por Alfonso VIII el 18 de octubre de 1194, cuando el rey efectúa en
Alarcos, la donación definitiva a dicha orden de este castillo, la mitad de los
portazgos de Alarcón y Alconchel, la aldea de las Gascas, Villamelendro,
Villasila y otras heredades. Dicha donación se reitera un mes más tarde, el 24
de noviembre en Toledo, donde Alfonso VIII da además a la Orden, la mitad del
portazgo de Alarcón y de Valera de Roa, las villas de Villasila y Villamelendro
pero en este caso, a cambio del castillo de Alarcón, la quinta parte de las
rentas de esta villa y la aldea de Las Gascas. Cuando en 1212 se libra la
trascendental batalla de Las Navas de Tolosa, el concejo de Alarcón concurre a
la misma sumando sus propias tropas a las del rey.
A
principios del siglo XIV, el Infante don Juan Manuel recibió de Fernando IV el
señorío de Alarcón, castillo incluido, provisionalmente en el año 1297 y de
forma definitiva el 23 de marzo de 1305. En este noble retiro escribió alguna
de sus obras literarias. A la muerte del infante, lo heredó su hijo Fernando
Manuel de Villena y después su nieta Blanca. Después lo recuperó Pedro I y
retornó al patrimonio real. Enrique II se lo concede a Alfonso de Aragón el
Viejo al que nombra marqués de Villena en 1372, pero Enrique III lo destituye
en 1395 y de nuevo regresa a la Corona. Finalmente, en el siglo XV se le
concede a don Juan Pacheco (23-5-1446), marqués de Villena. El marquesado, en
las personas de don Juan y de su hijo don Diego López Pacheco, tomó partido por
Juana la Beltraneja y se enfrentó a los Reyes Católicos. En esta porfía logró
mantener los castillos de Belmonte, Garcimuñoz, Alarcón y el Ducado de
Escalona.
Superada
la Edad Media, el castillo de Alarcón sufrió el deterioro propio de un inmueble
abandonado y en desuso. En 1712 pertenecía al marqués de Aguilar y los alarifes
hacen un informe en el que mantienen que era necesaria una reforma urgente para
que no se derrumbara.
En
el año 1720 el Castillo estuvo gobernado por Alejandro de Alarcón y la duquesa
Julia de Alarcón ambos refugiaron a mucha gente durante los conflictos en el
país llegando a ser héroes de la región.
El
duque de Frías, José María Bernardino Fernández de Velasco le vendió el
castillo y "cuatro o cinco torreoncitos más" a don Rafael Lázaro
Álvarez de Torrijos por 20.000 reales (Madrid, 5 de junio de 1863).
En
el año 1963 el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, se lo
expropió a la familia Álvarez Torrijos Torres, natural de La Almarcha. Fue
rehabilitado por los arquitectos Manuel Sáinz de Vicuña e Ignacio Gárate como
Parador Nacional de Turismo Marqués de Villena, se inauguró el 25 de marzo de
1966.
Estructura
Se
encuentra situado en la parte más alta de la península que forma el meandro del
río, a la entrada del istmo y dominando todas las defensas. Consta de tres
recintos amurallados, parcialmente concéntricos, con tres fosos excavados en la
roca y un castillo con una impresionante torre del Homenaje, debidamente
escalonados para que no quedara ningún rincón sin batir. Otros muros cierran
por completo el meandro sin dejar el menor hueco accesible. Repartidas por el
meandro septentrional, hecho península también por el Júcar, y por la zona
contigua, nos encontramos con tres torres fuertes, con sus corachas, fosos y
recintos murados, a modo de pequeñas defensas independientes, con el objeto de
dificultar el asedio o la instalación de máquinas de guerra.
La
torre del Homenaje, de planta rectangular, destaca sobre el resto del castillo.
Está coronada esta torre por una imposta con dentículos y almenas piramidales
que le dan un aspecto renacentista. Internamente está muy modificado por las
obras que lo transformaron en Parador. Cuenta con un pequeño patio central con
galería porticada, con dos naves con arcos fajones apuntados y cubierta de
viguería de madera. Lo
más característico es su remate en doble almenado para su defensa, y su
emplazamiento estratégico.
En
la parte anterior aparece un foso que lo separa del pueblo. Está construido con
mampostería reforzado con sillares en esquinas y dinteles.
Además de la torre
del homenaje, hay que destacar la puerta que da acceso al edificio junto con
las dos torres, la del Campo y la del Calabozo. Luego, se pasa al recinto
fortificado en sí, compuesto por dos estructuras cúbicas: una con forma de
semicírculo y otra con forma de pentágono.
La muralla está
formada por tres recintos defensivos en los que se abrían siete puertas que
conectaban el exterior con la ciudadela.
Leyendas
La leyenda
del castillo de Alarcón cuenta cómo los bloques de piedra del muro que lo
rodea se tiñeron de sangre, presentando en la actualidad unas curiosas manchas
negras y rojizas entre la argamasa.
Cuenta
la leyenda que, una madrugada, los muros que salvaguardan el Castillo de
Alarcón se tiñeron de sangre, dejando para la posteridad unas grandes manchas
que colorearon de pardo parte de la argamasa. Se dice que esta leyenda,
conocida como “Las gotas de sangre” se remonta a la época medieval, cuando el
entonces señor del castillo rechazó a uno de los pretendientes de su bella
hermana, debido a que era considerado como una persona indeseable, y entre las
malas lenguas se conocía su pésima reputación. Al parecer, este hombre no se
tomó nada bien el rechazo, y decidió acudir de incógnito a la fortaleza para
asesinar al señor del castillo y secuestrar a su hermana. Sin embargo, cuando
este iba a perpetrar su malvado plan, fue detenido por lo sirvientes y
asesinado allí mismo. Y como tenían que hacer desaparecer el cadáver de algún
modo, decidieron mezclar sus restos con la argamasa que estaban preparando para
llevar a cabo unas reformas en el castillo.
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