LA ESCALERA DORADA
Adosada a la pared del hastial norte de la nave del crucero, se levantó, entre 1519 y 1522, una escalera para salvar el desnivel existente entre la actual calle de Fernán González a través de la puerta de Coronería.
Al fondo de la nave del crucero se puede ver la singular escalera dorada que pone en comunicación el coro del siglo XVI Al realizar la nueva catedral gótica, que visitas, fue necesaria una gran explanación del terreno para ganar espacio, cortando la falda del castillo donde se edifica la catedral, lo que produjo un desnivel de ocho metros que son salvados con una escalera. La anterior debía hallarse en mal estado, por lo que el Obispo D. Juan Rodríguez de Fonseca decide construir una nueva.
Encargada por el cabildo de la catedral y el obispo Juan Rodríguez de Fonseca en 1519, la obra al arquitecto burgalés, Diego de Siloe, quien la terminó en 1523. Hizo la barandilla de hierro forjado el rejero francés Maestro Hilario. Está inspirada en modelos del renacimiento italiano de Bramante y de Miguel Angel, tanto en la arquitectura, como en la decoración: grutescos, bichas, temas vegetales y zoomorfos. Sus diecinueve escalones comienzan con cuatro peldaños curvos que conducen a una pequeña meseta de la que arranca el primer tramo recto de escalera de otros nueve, cuyos pasamanos se adornan con grifos y jarrones. Tras un rellano, al que se abre un arco central, se bifurca en dos brazos divergentes que llegan a sus respectivos rellanos, apoyado todo en dos arcos bajos laterales. Desde aquí otros dos tramos ascienden para unirse en una plataforma común, frente a la puerta, que hoy se halla cerrada, y que se agranda con una ménsula volada con su antepecho adornado con los medallones de San Pedro y San Pablo, simulando un grandioso púlpito.
La barandilla se dorna en los tramos divergentes con fantásticas flores, y cabezas de ángeles y por medio de bichas erguidas que sostienen medallones con cabezas humanas en los convergentes. En los antepechos de los rellanos se embellece con los escudos del Cabildo a la izquierda y del Obispo Rodríguez de Fonseca a la derecha.
Actualmente la puerta de la Coronería está permanentemente cerrada, y la escalera ha perdido su uso para el tránsito público. Solo se utiliza para instalar en ella la custodia con el Santísimo Sacramento en Semana Santa (Jueves y Viernes Santo).
EL TRIFORIO
El triforio es el heredero de las antiguas tribunas románicas. En el gótico sirve para comunicar distintos ámbitos de las zonas altas de la catedral. El triforio, es la galería o pasadizo que recorre perimetralmente el segundo cuerpo de la nave central y del crucero.
La belleza del triforio lo constituyen sus tracerías, apoyadas en esbeltas columnas. Sus arquivoltas se adornan con multitud de cabezas humanas de hombres y mujeres de todas las clases sociales: reyes, nobles, plebeyos o seres deformes con caras bifaces y de animales, que simbolizan a los creyentes con las virtudes, defectos y vicios de la iglesia que peregrina y se purifica.
CAPILLA MAYOR, PRESBITERIO
Consta de tres tramos, el primero, contiguo al crucero, con bóveda de crucería compleja y los dos siguientes con bóveda de crucería simple, más la cabecera pentagonal.
Se caracteriza por tener una enorme profundidad siguiendo los modelos franceses frente a las catedrales que se van a construir más tarde en España. En esta zona de la catedral, se mezcla el gótico primitivo de la bóveda de cierre, el del siglo XVI en la bóveda que sufrió las consecuencias del hundimiento del cimborrio y elementos del XVI y el XVI en el retablo mayor, la parte que se lleva todo el protagonismo desde estas vistas.
En el presbiterio se conservan algunos sepulcros góticos, entre ellos, el del infante Juan de Castilla el de Tarifa, que fue hijo del rey Alfonso X de Castilla.
El actual es del siglo XVI. Obra de estilo renacentista romanista comenzada en 1562 por Rodrigo de la Haya y completada tras su muerte en 1577 por su hermano, Martín de la Haya. Incluye colaboraciones escultóricas de Juan de Ancheta. Concluida la arquitectura y la escultura en 1580, en los años siguientes ejecutaron el dorado y la policromía los artistas Gregorio Martínez y Diego de Urbina. El retablo está presidido por la imagen de Santa María la Mayor, la titular de la catedral, de estilo gótico-flamenco de mediados del siglo xv. Es un retablo grandilocuente, imitando los modelos miguelangelescos y está dedicado a exaltar los misterios marianos, ya que la catedral está dedicada al misterio de la Virgen María, en su misterio de la Asunción. La obra arquitectónica y escultórica fue planeada y dirigida por los hermanos Rodrigo y Martín de la Haya en colaboración con otros artistas como Juan de Anchieta y Domingo de Berriz. En la policromía trabajaron los pintores Gregorio Martínez y Diego de Urbina. El ensamblaje arquitectónico del retablo emplea los tres órdenes clásicos: dórico, jónico y corintio, y se divide en tres calles y cuatro entrecalles o intercolumnios, divididos a su vez en cuatro cuerpos en las calles y en tres en las entrecalles. Está dedicado principalmente a la Virgen y tienen relevancia la Eucaristía y el santoral.
En el centro del primer cuerpo se halla el sagrario, todo él decorado con relieves alusivos a la Eucaristía, obra de Domingo de Berriz. En el segundo cuerpo se halla la imagen de Santa María la Mayor, patrona de la ciudad de Burgos, una magnífica obra de platería del siglo XV, que pagó el obispo D. Luis de Acuña. En el tercer y cuarto cuerpo se hallan los grupos de la Asunción de la Virgen a los cielos y la Coronación, talladas por Juan de Anchieta. En la calle lateral, de arriba abajo, se representan magníficos relieves: Santa Ana, la Virgen y el Niño y el abrazo de Joaquín y Ana ante la puerta dorada del templo, el nacimiento de la Virgen y su presentación en el templo. En el lateral derecho, también de arriba abajo, aparecen Santa Isabel con su hijo Juan niño y la Virgen María con el Niño Jesús; siguen la Anunciación del ángel a María, la Visitación de la Virgen a su prima Isabel y la Presentación del Niño Jesús en el templo. En los intercolumnios se halla el Apostolado y en la culminación los Evangelistas, los Arcángeles custodios y la Crucifixión o Calvario.
En la parte posterior, en la que no se ve, la madera original con sus parches para soportar esta gran estructura es un libro de historia que recuerda que aquí primero hubo un retablo sencillo, tal vez solo de pintura, en el siglo XIII. “Fue sustituido por otro en el siglo XV del que solo se conserva la talla titular de la diócesis, Santa María la Mayor, regalo del obispo don Luis de Acuña”. Una figura en plata policromada capaz de resaltar entre la profusión de escenas.
TRASALTAR
El deambulatorio o girola que rodea el presbiterio de la nave central, se adorna con un conjunto de cinco relieves o retablos. El conjunto está compuesto por cinco joyas de arte: las tres centrales particularmente, obras de Felipe Vigarny, componen el broche de oro de estos lujos de la piedra: “La Cruz a Cuestas”, “La Crucifixión” y “El Descendimiento y la Resurrección” son las tres escenas centrales de este conjunto de cinco retablos que compone el Trasaltar y cuya ejecución se inició el 5 de julio de 1497.
En 1498 el cabildo encomendó al escultor Felipe Bigarny un relieve en piedra procedente de las canteras de Hontoria, para el trasaltar. Bigarny ejecutó en piedra caliza su Camino del Calvario. Se trata de la primera obra documentada de este artista en Burgos y en ella muestra su estilo, muy deudor de la expresividad y la estética gótica pero abierto a las novedades renacentistas, como se evidencia en los elementos decorativos. Tras el éxito del encargo, el cabildo le encomendó dos relieves más: los de la Crucifixión y el Descendimiento, entierro y resurrección de Cristo (1500-1503), ambos actualmente están muy dañados al haberse labrado en piedra de mala calidad que se pulveriza con la humedad. El marco decorativo arquitectónico de los relieves se atribuye a Simón de Colonia.
El primero de ellos, “La Oración del Huerto”, y el quinto, “La Ascensión”, son más recientes y datan de 1679. Fueron proyectados por el arquitecto Fernando de la Peña y ejecutados por uno de los escultores más famosos de la época, don Pedro Alonso de los Ríos. Todos ellos componen un verdadero conjunto de retablos pétreos o medallones como se les denomina habitualmente. Dos de estos han sido atacados por el mal de la piedra desde el año 1909; esto se debe a la humedad y a las sales que contiene este material.
Este conjunto escultórico se completó casi dos siglos después con la adición en los extremos de dos nuevos relieves, dedicados a la Oración del Huerto y a la Ascensión. Fueron ejecutados por el escultor Pedro Alonso de los Ríos entre los años 1681 y 1683, también en piedra caliza, y en estilo barroco.
CIMBORRIO
El cimborrio es uno de los elementos arquitectónicos más importantes de la catedral; es la linterna o cúpula más bellas de todo el Renacimiento español, tanto por su originalidad arquitectónica como por su abundante y valiosísima decoración escultórica. De él decía Felipe II que «más parecía obra de ángeles que de hombres«.
Todas las galas del gótico y todos los lujos del renacimiento se dan cita en tal construcción, principalmente en la asombrosa estrella de ocho puntas que parece certificarnos que, efectivamente, estamos en el cielo.
Sobre este espacio existió anteriormente una bóveda sencilla de crucería, que en el siglo XV el obispo D. Luis de Acuña ordenó derribar para sustituirla por un cuerpo de luces que construyeron los Colonia, Juan y Simón, y que finalmente estaría concluido hacia finales del siglo XV. Esta obra, que era de gran belleza según los testimonios de viajeros europeos, no duró ni cincuenta años, pues se cuartearon sus columnas y se desplomó, con gran estrépito, la noche del 3 al 4 de marzo de 1539, al ceder sus pilares del lado norte y arrastró consigo varias bóvedas.
La reconstrucción comenzó aquel mismo año con las aportaciones del Obispo, Cabildo de Canónigos, Regimiento de la ciudad, nobles y pueblo, que rivalizaron aportando cuantiosos fondos. Un año después, en 1540, Felipe Vigarny (que trabajaba en Toledo) fue reclamado por el Concejo burgalés para que opinara y presentara un proyecto sobre la reconstrucción del hundido crucero de la Catedral. Parece que también fueron consultados Diego de Siloé y Rodrigo Gil. Finalmente se encargó la obra a Juan de Vallejo y Francisco de Colonia, trabajando además en la misma numerosos canteros y escultores. En 1555 estaba casi concluido, pero las obras se prolongaron hasta 1568.
El cimborrio se levanta sobre cuatro robustas columnas que se cruzan en las naves longitudinal y transversal, se asientan sobre amplia base octogonal. A la altura de los ventanales de las naves se inician cuatro arcos torales y cuatro pechinas, a partir de las cuales surge el octógono de la linterna, que desemboca en la más fastuosa ornamentación, básicamente plateresca con reminiscencias góticas y unas soluciones muy originales.
En la primera franja del octógono resalta una leyenda, distribuida en las ocho caras: IN MEDIO TEMPLI TUI LAUDABO TE ET GLORIAM TRIBUAM NOMINI TUO QUI FACIS MIRABILIA, texto tomado de los salmos que nos muestra el sentido de la obra: “En medio de tu templo te alabaré y daré gloria a tu nombre porque haces maravillas”.
Los dos pisos que constituyen el cimborrio están calados por una serie de grandes ventanales cubiertos con interesantes vidrieras del siglo XVI. La bóveda principal, plana, está hecha de tal manera que no solo penetra la luz a través de los ventanales, sino también a través de la zona cenital.
Hay una mezcla de elementos simbólicos tanto de tipo religioso como civil. Están representadas algunas de las devociones más acendradas de la diócesis de Burgos, como Santa Victoria, Santa Centola y la Virgen en su misterio de la Ascensión, al cual está dedicado el templo. Aparecen los protagonistas que contribuyeron a la financiación del templo: el escudo del emperador Carlos V, el del obispo que entonces regía la diócesis de Burgos en 1539, el cardenal Álvarez de Toledo, y el escudo de Burgos. Es singular porque está rematado con una maqueta de cómo era la ciudad en el siglo XVI. Todos estos detalles convierten al cimborrio en una obra transitiva entre el estilo gótico y el renacentista y está considerada por muchos historiadores como una de las más singulares de la arquitectura española de los años centrales del siglo XVI.
Sepultura del Cid
En el suelo del crucero, justo debajo del cimborrio, se encuentra desde el año 1921 el sepulcro del Cid y Doña Jimena. Sus restos, procedentes del monasterio de San Pedro de Cardeña, fueron inhumados bajo una simple losa de mármol con la correspondiente inscripción, en una solemne ceremonia en la que se leyó un epitafio redactado por Ramón Menéndez Pidal. La tumba del Cid está enmarcada por el gran rosetón del brazo sur, es el único conjunto de vitrales originarios del siglo XVIII de la catedral.
El espacio del crucero está flanqueado por dos rejas de principios del siglo XVIII forjadas según proyecto de fray Pedro Martínez, quien también diseñó los púlpitos.
Tras su muerte en Valencia en 1.099, doña Jimena, su esposa, trajo los restos al monasterio de San Pedro de Cardeña (a unos 10 km de Burgos). A pesar del sepulcro que ordenó esculpir Alfonso X en 1.272, en que yacía también su cónyuge, sus restos fueron dando tumbos por el cenobio y su iglesia hasta que el emperador Carlos I determinó en 1.541 que fueran recolocados en el centro de la iglesia para siempre.
Pero en 1.735 las osamentas de ambos fueron recolocadas en una capilla de nueva construcción, la de San Sisebuto, más conocida como la Capilla del Cid. Todo iba como la seda hasta que la tumba fue saqueada por las tropas de Napoleón en la Guerra de la Independencia. Cabe recordar que, en Francia, la figura del héroe castellano era muy conocida gracias a la tragedia El Cid, de Pierre Corneille. Por suerte, las tropas napoleónicas solo se llevaron una parte y el resto fueron expuestos en un mausoleo en el paseo del Espolón, en Burgos. Sin embargo, más tarde regresaron al monasterio de San Pedro de Cardeña. En 1.921, se deposita todo lo recuperado en la actual tumba de la catedral de Burgos y para siempre.
EL CORO
El Coro, encargado a Felipe de Vigarny y realizado entre 1506 y 1513. Se encuentra en medio de la nave mayor ocupando los tres tramos de la nave central anteriores al crucero. Es obra grandiosa llevada a cabo por destacados escultores, entre otros, este escultor, maestro y cantero, llamado el Borgoñón, que fue traído a España por el Cardenal Cisneros. Se le supone nacido en la Borgoña francesa. En esta obra participaron intensamente Diego de Siloé, Andrés de Nájera, Simón de Bueras y García de Arredondo con sus respectivos talleres. A pesar de la aparente uniformidad es el resultado de tendencias artísticas diferentes, tanto en su estructura como en los relieves, adornos y taraceas. Hasta el año 1522 las gradas laterales estuvieron emplazadas a ambos lados del presbiterio de la Capilla Mayor. La hilera transversal y partes menores de la sillería paralela al eje de la nave fueron talladas en otros momentos posteriores del siglo XVI y de comienzos del siglo XVII. El espacio acoge una reja de Juan Bautista Celma realizada en 1602 con diseños de Gregorio Martínez, dos órganos, el uno barroco y el otro neoclásico. Una estatua funeraria de lo mejor del siglo XIII, el bulto yacente del obispo don Mauricio, fundador de la Catedral, obra gótica del siglo XIII de madera revestida de cobre repujado y esmaltado, parece presidir tan solemne lugar.
La sillería del coro ocupa los tres tramos de la nave central anteriores al crucero. Todo el conjunto está tallado en madera de nogal. Parece presidir la sillería la estatua funeraria del siglo XIII del obispo don Mauricio, fundador de la Catedral. Hecha en madera revestida de cobre repujado y esmaltado.
El elemento más destacado del coro catedralicio es la sillería de nogal, monumental conjunto escultórico con forma de U.
Tiene 103 asientos, 44 en el plano inferior que llevan tallados en sus respaldares el santoral de la Iglesia y algunos pasajes de la infancia de Cristo y 59 sillas en el nivel alto, separadas por columnas y están adornadas con relieves de la vida de Cristo, desde la Anunciación hasta la Resurrección y aparición a Santo Tomás. Toda ella está rematada con un friso a modo de dosel corrido, que presenta paneles tallados con escenas del Antiguo Testamento, separadas con estatuillas de profetas y santos. Desde él se ven dos de los seis órganos que hay en el templo.
Trascoro
Exteriormente, en paralelo a las naves laterales y al hastial de los pies de la Catedral, el conjunto coral se resuelve en un trascoro de estilo barroco clasicista de principios del siglo XVII. Llaman la atención las estatuas de alabastro de San Pedro, con el símbolo de las llaves; y San Pablo, con la espada, situados entre columnas. En el arco central está el lienzo que representa el encuentro de los santos Pablo, el ermitaño, y Antonio. Se trata de una obra flamenca de Van der Hamen, del siglo XVII.
CAPILLA DE LA NATIVIDAD DE LA VIRGEN MARÍA
La capilla de la Natividad de la Virgen María es una joya de la plenitud del renacimiento en arquitectura y en escultura. La capilla actual es del siglo XVI y se levanta en el espacio que ocupaban dos viejas capillas góticas del XIIIi, que fueron unificadas bajo una única bóveda renacentista de planta oval.
Fue fundada por Doña Ana de Espinosa, viuda de D. Pedro González de Salamanca, en el espacio de dos capillas anteriores del S. XIII dedicadas a San Gil y a San Martín de Tours. Las obras de la capilla comenzaron en 1562. Fueron realizadas en su arquitectura por el maestro de cantería Martín de Berriz y el escultor y arquitecto Martín de la Haya, que hizo el retablo y la sillería, ayudado del escultor Domingo de Berriz y los doradores Juan de Cea y Constantino de Nápoles. Pedro de Arce realizó la vidriera, perdida en 1813, y Denys de León la reja.
La arquitectura de la capilla pertenece al estilo renacimiento-manierista y en ella destaca la magnífica cúpula ovalada con linterna, que cubre el espacio rectangular, decorada con los cuatro evangelistas policromados y los cuatro doctores de la Iglesia, San Gregorio, San Agustín, San Jerónimo y San Ambrosio, en las pechinas como bajorrelieves también policromados.
La sillería de la capilla fue labrada igualmente por Martín de la Haya. Es de estilo renacentista y de gran calidad.
Retablo
El retablo es de estilo renacimiento-manierista, y está enmarcado en un esbelto arco triunfal de arquitectura pétrea que asciende hasta la cúpula. En los laterales una doble columna estriada mantiene el arco. Entre las columnas destacan las estatuas de San Pedro y San Pablo, y en el segundo cuerpo, también de dobles columnas estriadas, Santa Ana y Santa Catalina, de devoción de la fundadora y su hija. Todo ello fue bellamente policromado y dorado por Juan de Cea y Constantino de Nápoles.
El retablo es de madera de nogal, y está compuesto de banco, dos cuerpos y un ático o remate, dividido en tres calles. En el banco presenta la cena en el centro y cuadros de la Pasión en los laterales. En el primer cuerpo desarrolla la vida apócrifa de María y el abrazo de Joaquín y Ana, los padres de la Virgen, Nacimiento de María en el centro en altorrelieve y bulto redondo, de escultura romanista, realzada por los oros y los bellísimos brocados de la policromía, y la presentación de la Virgen en el templo a la izquierda.
En el segundo cuerpo, se presentan pasajes del Evangelio de S. Lucas: Anunciación del Ángel a la Virgen a la derecha, Adoración de los Magos en el centro y la visita de la Virgen a su prima Isabel a la izquierda, con la misma calidad de oro y policromías del primer cuerpo. El ático lo componen un Calvario con los ángeles pasionarios a su alrededor y las tallas de S. Gil y S. Martín, para perpetuar la primitiva dedicación de las capillas. En el muro de la izquierda hay dos lienzos del S. XVII, de S. Francisco de Asís y San Antonio de Padua.
Entre ambos y bajo un arcosolio se halla un retablito, con un magnífico tríptico flamenco de la primera mitad del siglo XVI, que representa un Cristo con la Cruz a cuestas, con San Pedro y Santiago. Remata el retablillo una Piedad y en la base una Última Cena en pintura sobre fondo de oro
A los pies de la capilla se halla una sillería de coro de nogal, con magistrales relieves de la Anunciación y las Virtudes teologales y cardinales, obra de Martín de la Haya.
CAPILLA DE LA ANUNCIACIÓN
La capilla de la Anunciación, o de San Antonio Abad, de planta hexagonal, es una de las primitivas capillas del siglo XIII, está ya documentada en tiempos del obispo García Gudiel (1276-1280), se cubre con bóveda de crucería simple de seis nervios, sirvió de enterramiento a algunos miembros del capítulo y a algún obispo y, en la primera mitad del siglo XVI, fue cedida al canónigo Juan Martínez de San Quirce quien, en 1541, encargó el retablo manierista que hoy la preside y que fue realizado por el escultor Juan de Lizarazu y por el pintor y dorador Lázaro de Azcoitia.
Se terminó de restaurar en 2012.
Al fondo de la nave principal e injertada en el templo se construye esta capilla, la más importante de entre las muchas que engalanan este lugar. Edificada sobre la capilla central de la girola, sustituye a la primitiva capilla gótica dedicada a San Pedro. La capilla es un ejemplo de arquitectura tardogótica y un contenedor de obras artísticas de los siglos XV y XVI.
Lleva el nombre de los benefactores y de quienes la mandaron construir, don Pedro Fernández de Velasco y su esposa doña Mencía de Mendoza, Condestables de Castilla. Esta capilla se levantó sobre una anterior dedicada a San Pedro y sobre las ruinas de un antiguo solar de viviendas.
La mano maestra que dirigió esta obra fue la de Simón de Colonia, que la termina en 1496 y la de su hijo Francisco de Colonia, que también puso su firma en la construcción de su sacristía en 1517.
La construcción de esta capilla comienza en 1482 cuando el condestable se marcha a la guerra de Granada y le deja encargado a su esposa la construcción de una capilla funeraria. Este espacio lo levanta Simón de Colonia sobre una pequeña capilla, la de San Pedro, y una serie de terrenos que se ganan a la ciudad. Se trata de una gran construcción que muestra del gótico tardío y la transición del arte gótico al temprano renacentista. Desarrolla una arquitectura grandilocuente marcada por la luz porque la capilla está dedicada a la presentación del niño en el templo, a la fiesta de las candelas. Al mirar hacia arriba, la galería de luz que diseñó Arnau de Flandes está decorada con el sol naciente, el de poniente, y el cenital. Esa luz ilumina el sepulcro de los condestables, construido por orden de su hijo porque no pudieron ver en vida los bultos funerarios.
Esta capilla tiene planta hexagonal en su base y octogonal en la parte alta, sobre la que se construye una deslumbrante bóveda calada y acristalada en forma de estrella, mucho más refinada en su ejecución y bella en su impacto que la soberbia estrella del crucero, recién comentada. Toda ella es de filigrana gótica multiplicando el prodigio de la propia estancia. El autor de esta bóveda de estrella, Simón de Colonia, creó esta fábula de piedra calada –expresión suma del gótico flamígero – entre los años 1482 y 1496.
A los pies de la escalera de acceso al presbiterio están las estatuas yacentes de los fundadores, la Condesa de Haro, Doña Mencía de Mendoza y su marido, D. Pedro Fernández de Velasco, condestables de Castilla. Están talladas en mármol de Carrara, al parecer por Felipe de Vigarny, bastantes años después de la muerte de ambos. No son retratos de los fundadores sino, más bien, exponentes de la grandeza de los mismos. Justo debajo de estas esculturas hay una pequeña cripta donde yacen sus restos mortales.
Pero no se terminan ahí las maravillas de esta capilla de los Condestables: Se enriquece con tres retablos extraordinarios. El central, de estilo renacentista, en el que destaca el grupo de la Purificación de María y Presentación de Jesús, obra de Diego de Siloé y Felipe de Vigarny. El retablo izquierdo está dedicado a San Pedro, es del mismo estilo y lo ejecutaron los mismos autores. A la izquierda de este retablo se halla el tríptico de la Virgen con el Niño, del “bello País”, realizado por el conocido “Maestro del follaje bordado”, en el último cuarto del siglo XV y que, durante algún tiempo, se atribuyó a Hans Memling.
El retablo derecho está dedicado a Santa Ana, es de estilo gótico y cuenta con bellísimas esculturas, destacando la de Santa Ana, la Virgen y el Niño, que preside el retablo, tallada por Gil de Siloé y concluida por su hijo Diego.
A la derecha de este retablo destaca el cuadro de María Magdalena, obra de Gianpetrino, que lo ejecutó entre 1520 y 1530. También son de reseñar los respectivos y grandiosos escudos decorativos de las familias de los Condestables, labrados en piedra y dispuestos de forma inclinada sobre la pared. Por lo demás, la decoración de toda la capilla es fastuosa. Este recinto sacro se cierra con una valiosa reja realizada por el burgalés Cristóbal de Andino, insigne escultor, arquitecto y orfebre. De ella dicen unos que “tenía conocida ventaja a todas las mejores del Reino”, y otros “de muchas y buenas obras que hemos visto, ninguna puede compararse con la reja de esta puerta”.
Tras el fallecimiento de los condestables, sus herederos continuaron con la decoración de la capilla y trajeron la imagen de María Magdalena del obrador de Leonardo da Vinci de Milán. Muy probablemente pintada por el Giampietrino, Giovanni Pietro Ricci, uno de los más importantes pintores lombardos de comienzos del siglo XVI.
En la capilla permanecen varios sepulcros góticos que pertenecían a la primitiva capilla de San Pedro y que los condestables respetaron al construir la suya. Ambos están en el ingreso, en arcosolios, y corresponden a los obispos Pedro Rodríguez de Quexada y Domingo de Arroyuelo.
La reja de entrada a la capilla está considerada la obra maestra de Cristóbal de Andino.
Virgen con el niño en un paisaje, del maestro de la Madona Grog |
MUSEO CATEDRALICIO, CAPILLA DE SAN JUAN BAUTISTA
A la Capilla de San Juan Bautista se accedía desde el claustro y a la de Santiago desde la girola, pero a lo largo de la primera mitad del siglo XVI Juan de Vallejo derribó el muro que las separaba, unificando las dos en una sola más irregular, de gran esbeltez y una cubierta que destaca por el bello trazado de las nervaduras.
Al final de la galería del claustro se halla el acceso a la más amplia de las capillas claustrales y una de las más amplias de la catedral, resultado de la incorporación llevada a cabo por Juan de Vallejo, en el primer tercio del siglo XVI, de la capilla claustral de San Juan Bautista, obra del siglo XV cubierta con una bóveda de crucería estrellada de cuatro puntas, a la capilla absidal de Santiago, citada ya en el siglo XIV y profundamente reformada por Juan de Vallejo que la cubrió con bóvedas de compleja crucería estrellada de bellos nervios y elegantes claves decoradas.
En la antigua capilla de San Juan Bautista, convertida en sacristía, coro y antesala de la de Santiago, se hallan los sepulcros del obispo Juan Cabeza de Vaca, fallecido en 1413, y el de su hermano Pedro Fernández Cabeza de Vaca, maestre de la orden de Santiago fallecido de peste en el cerco de Lisboa, en 1384. La amplia capilla de Santiago, que ha estado destinada a parroquia en los últimos siglos, es hoy la sala del Tesoro y la principal sala del Museo de la catedral. En el muro izquierdo de la estancia se halla el sepulcro renacentista de uno de los fundadores y mecenas de la capilla en el siglo xvi, don Juan Ortega de Velasco, abad de San Quirce de los Ausines y canónigo y protonotario de la catedral, fallecido en 1557; es uno de los mejores sepulcros de la catedral, con columnas cariátides, a ambos lados del arco; con ángeles, e las enjutas del mismo; con un frontón coronado por un Calvario y presidido por la escena de la Asunción de la Virgen, entre los medallones de San Pedro y San Pablo; con un medallón con la escena del Bautismo de Cristo, en el fondo del arco, y con la figura del finado y una cartela sostenida por niños, en el sepulcro propiamente dicho; el conjunto fue realizado en 1546, con la intervención de Juan de Vallejo y la colaboración de otros escultores. Frente a este sepulcro, en el muro frontero, se hallan otros dos sepulcros en los que destaca un relieve policromado de la Eucaristía; uno de los sepulcros corresponde al magnate Lesmes de Astudillo, mecenas de esta capilla y de la capilla-sepulcro de los Reyes Magos en la catedral de Colonia, y a la esposa del magnate, Mencía de Paredes, fallecidos respectivamente en los años 1541 y 1559, y el otro a Andrés de Astudillo, canónigo y capiscol del cabildo burgalés.
El retablo de la capilla, dorado y policromado, es del siglo XVI, está presidido por un Santiago matamoros y contiene en tema mariano, en el centro, y las tallas de San Juan Evangelista y Santa María Salomé, en las calles laterales; en las gradas, en el suelo, se halla el sepulcro del obispo Juan de Villacreces, fallecido en 1403, y junto al retablo, al lado derecho, la magnífica talla de Cristo atado a la columna, obra de Diego de Siloé, anterior al año 1528. Repartidas por la estancia hay importantes obras de arte, como algunos tapices de los siglos XV y XVI, entre los que destaca uno que desarrolla el tema de la Templanza; nueve tablas góticas, de finales del siglo XV, pertenecientes al antiguo armario de la Reliquias y de las que siete fueron pintadas por Alonso de Sedano y dos por el maestro de los Balbases; cruces de marfil y de orfebrería de diversas épocas y estilos, entre las que destaca una, cincelada y repujada por Juan de Horna, en 1537, y restaurada y completada por Juan de Arfe; cálices y portapaces de los siglos XVI al XIX; el ajuar litúrgico de la capilla del Condestable (cáliz, patena, vinajeras, sacras, portapaces..., del siglo XVI; relicarios de plata sobredorada, entre los que destaca uno del siglo XV; un altarcito portátil de marfil, de finales del siglo XV, regalo del rey Manuel I de Portugal al Condestable; un cuadro de Mateo Cerezo, del siglo XVII, que representa a San Francisco de Asís; una custodia neogótica, de oro marfil y piedras preciosas, realizada por los talleres Granda en el siglo XX... Podemos encontrar un pequeño retablo lateral en la Iglesia de San Lorenzo, que tomó de ejemplo a menor medida esta capilla.
MUSEO
En estos espacios se ha instalado el Museo catedralicio donde se exponen las piezas más importantes que se conservan en la catedral desde el punto de vista litúrgico y artístico, destacando sus colecciones de pintura, orfebrería y tapices, que son la expresión de la fe sentida y vivida por la Iglesia de Burgos.
Todas las piezas del museo están convenientemente catalogadas mediante su correspondiente cartela informativa para ayudarte a identificarlas.
Por lo que se refiere a la pintura destacan las nueve tablas hispano-flamencas que formaban parte del retablo de las reliquias. El conjunto tenía la forma de un gran armario, por lo que las puertas se hallaban pintadas por el interior y por el exterior. Cerrado mostraba la Pasión de Cristo y abierto dejaba ver las reliquias mostrando en las puertas la Infancia de Jesús. Lo encargó el Cabildo a Alonso de Sedano en 1495 y después colaboró con él el Maestro de los Balbases. Las tablas muestran un destacado efecto escenográfico y colorista. También se expone una muestra de pintura flamenca y española que representa la muerte de Cristo
A la mano derecha junto al muro se pueden admirar las tres tablas flamencas de la Escuela de Amberes, obra de Ambrosius Benson: Cristo bajado de la cruz, la Resurrección y la Ascensión de Cristo a los cielos. En las dos vitrinas colocadas frente a estos cuadros se hallan varias cruces de los siglos XII y XIII
Respecto a las piezas de orfebrería son de destacar al principio los tres relicarios de plata sobredorada de San Pedro, San Pablo y Santiago. Pero es necesario señalar que las más relevantes pertenecen al conjunto litúrgico de la Capilla de la Purificación o de los Condestables. Las podemos contemplar un poco más adelante seguidas de las obras destinadas al culto. Destacan especialmente un cáliz gótico de oro con engastes de perlas, piedras preciosas y esmaltes, un hermoso portapaz con la Virgen sedente y el Niño así como un pequeño altar portátil de procedencia portuguesa, tallado en marfil a principios del siglo XVI.
Una obra de orfebrería más moderna es la espectacular custodia de oro, marfil, esmaltes y piedras preciosas realizada en 1927 por Granda, que es utilizada en la procesión del Corpus Cristi.
La cruz arzobispal, del siglo XVI, obra de Juan de Horna y Juan de Arfe, se halla colocada en una vitrina junto a la salida hacia el claustro bajo.
El gran retablo, dedicado al apóstol Santiago, fue realizado en la segunda mitad del siglo XVIII. Junto a este retablo encontramos la imagen procesional de Cristo atado a la columna realizada por Diego de Siloé en el año 1519.
En los paramentos libres de la capilla se exponen algunos tapices flamencos del siglo XVI, como muestra de la extraordinaria colección que se conserva en la catedral.
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