Estamos en
los tumultuosos primeros compases del siglo XIII. En Teruel suenan campanas a
boda; es el sonido que recibe a un caballero que, exhausto, llega a la villa
por la cuesta de la Andaquilla.
Se
trata del popularmente conocido como Diego de Marcilla (Juan Martínez de
Marcilla según los textos históricos), que regresa rico y famoso tras tomar
parte en múltiples batallas.
Diego
(o Juan) está enamorado desde niño de Isabel de Segura con un sentimiento
correspondido. Pero mientras que ella es de una familia importante, él es hijo
segundo de otra más modesta. Sin embargo, el padre de Isabel accede a darle
cinco años de tiempo para enriqueciese, tras los cuales y con este requisito
podrá desposar a Isabel.
Corre
el año 1.217. El mismo día que cumple el plazo, Diego regresa a Teruel
Al poco de
llegar, es informado de que el ambiente festivo y engalanamiento de la villa se
debe a que Isabel de Segura acaba de desposarse. La presión de la familia y un
pretendiente muy principal, han acelerado el enlace.
Los
sentimientos de Diego son contradictorios: cólera, pesar, desazón, rabia...
Decide ir al encuentro de su amada, para escuchar de su boca que se ha casado
con Pedro Fernández de Azagra, hermano del Señor de Albarracín.
Le pide un beso a Isabel, pero ella se niega porque
ahora pertenece a otro hombre. Diego no resiste la negativa, es como si algo se
le rompiera por dentro. Cae fulminado al suelo. Ha muerto.
Al día
siguiente, las campanas de boda han trocado sus tañidos por los de funeral. Una
comitiva triste y silenciosa transporta el cadáver del infortunado amante
depositándolo en el templo. Cuando van a comenzar los funerales, sale de entre
el gentío una mujer con la cara velada que se acerca al fallecido: es Isabel de
Segura.
Destocándose, se acerca a su amado para darle
el beso negado en vida, lo deposita en sus fríos labios y se desploma muriendo
sobre él. La tradición asegura que murieron de amor, por eso fueron enterrados
juntos, y juntos han permanecido hasta hoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario